miércoles, 6 de junio de 2007

5. Amanece

Pueden llegar a existir millones de razones para no dormir, sensaciones concretas dentro de una situación y que la denominan como una instancia donde el cuerpo no se mueve pero la mente no deja de actuar. Pero aún así la peor sensación es la de no saber el porqué de la falta de sueño, lo inexplicable convertido en desvelo, una especie de incomodidad de no dar por resueltas las cosas antes de dormir. Muchas veces la incomodidad no tiene relación con algo poco grato, si no más bien por la fascinación de verse inmiscuido en algo que traerá frutos esperados y que la espera te mantiene despierto. Esto, en ese sentido, es diferente del insomnio (esa enfermedad de la nueva era que a quien lo ataca lo termina por ratificar como un ser aproblemado) porque este último te hace estar en ningún lado sin determinar el contexto en el que estas. Si te concentras en algo lo haces, pero si paras no puedes retomarlo. Como sea, la diferencia entre el insomnio y la incomodidad innombrable que no te deja dormir es la capacidad de darse cuenta las cosas que suceden alrededor, de cómo las tomas, de cómo las sientes y de cómo las analizas. Cuando tienes insomnio eres nada haciendo nada y sin tener sentido, pero esa incomodidad sin nombre es la excusa para seguir despierto y resolver lo que te ataca.
En el departamento, Carlos tenía los ojos abiertos y miraba hacia todos lados sin encontrar una razón por la cual el sueño no lo vencía; Sonia parecía haber olvidado por completo el desorden del lugar, que no era su cama y su acompañante que la miraba a los ojos aún cuando ella los tuviera cerrados. Esa sensación de incomodidad cuyo lugar albergado en el cuerpo no se podía detectar tenía a Carlos sin saber que hacer, y lo que era peor, lo mantenían despierto pensando, analizando, los eventos de las últimas horas. Se levantó de la cama, fue al baño, a la cocina por una cerveza, caminó al living, miró por la ventana de la terraza, prendió un cigarro, se sentó en el suelo frente a los discos de Juan y tomó uno de esos que estaban al final de la pila, de los que ya su compañero no escuchaba. Al ponerse los audífonos pudo escuchar la primera estrofa que dictaba:

“Cerca del nuevo fin,
tabú, fuego y dolor,
la selva se abrió a mis pies
y por ti tuve el valor de seguir”

Esa incomodidad que lo aquejaba viró hacia la sensación de equivocación, de que lo que acababa de pasar esa noche no era más que otro error dentro de la historia con Sonia, y por sobre todo otra vez ese ejercicio que tanto le molestaba de ella, convertirse en la forma concreta del que desea salvar a otro que lo único que busca es el fin, haciéndolo volver a ese circulo vicioso de lo que destruye pero es imposible de detener. Ese valor de seguir no era más que el claro ejemplo de saber lo mal que podría terminar todo y aún así intentarlo, de ese tabú interno que se rompe solo para que los errores se hagan más intensos, ese seguir al que Carlos no estaba acostumbrado porque siempre creyó tener los pies sobre la tierra. Y tuvo ganas de salir del lugar, de buscar aire aún cuando el sol recién había salido, de cambiar esa selva a la que había entrado, de no compartir su cama y de no pensar más el tema.
Entró al dormitorio con cuidado, tomó sus pantalones, la camisa tirada en el suelo y sus zapatillas, se vistió en el living y salió silencioso por la puerta. Al bajar las escaleras y llegar a la entrada principal se encontró con Antonia que miraba algo detenidamente pero tranquila. Eran casi las ocho y pensó lo raro que alguien estuviera en la calle a esa hora un día sábado.

- Hola... ¿Qué haces tan temprano aquí afuera? ¿Vienes llegando?
- No, necesitaba salir un rato del departamento. ¿Tú, que haces?
- Mi gata estuvo muy inquieta esta noche, de hecho no me dejaba dormir, así que quise sacarla para que conociera el lugar y aprovecho de tomar un poco de aire.
- Pues parece que está muy entretenida hurgando por las plantas, pero mejor ve a buscarla, por acá los perros salen de cualquier lugar.
- ¿Conoces de algún lugar abierto donde pueda comprar algo para comer?
- Si, un par de cuadras más allá hay un lugar que abre temprano, si quieres te acompaño, también necesito aire y estirar la piernas.

Por mucho que fuera extraña la situación, lo cierto es que ese par de cuadras a esas horas de la mañana eran la excusa perfecta para hablar de cualquier cosa, salvo eso si, de lo que Carlos había pasado durante la noche. Y mientras caminaban, mientras Micaela sacaba su cabeza del morral algo raro pasó, un tema llevó a otro, una anécdota llevó a un comentario personal, ese último a una rara forma de entender al mundo y las situaciones como una excusa para escapar de otras. Pero ella, como la vez anterior creía tener las palabras indicadas.

- Al fin y al cabo, lo importante de comenzar de cero es, siento, creer que las cosas que suceden alrededor perfectamente ya pasaron en las etapas anteriores. Gran parte de las veces en el pasado hay alguien más a tu lado que toma las riendas del asunto mientras uno mira las certezas del otro. En el punto del hoy estas en una etapa muy particular, pues me da la impresión que tendrías la oportunidad de hacer por tu cuenta, tomar la intención y actuar.
- ¿Acaso crees que después de dos cuadras puedes sacar conclusiones de alguien que recién ha aparecido en tu vida y que ya pasó por lo mismo? Apostaría que debe ser alguna de tus retóricas favoritas cuando conoces a alguien nuevo.
- No lo creas… algo me dice que hay algo de ti que no funciona bien, lo noto en tus comentarios poco seguros y en esas ganas de acotar la conversación cuando tus propias respuestas no te satisfacen. Supongo que eso tiene algo que ver con salir a las ocho de la mañana de tu departamento y perder tiempo acompañando a alguien a comprar en vez de decirle donde queda el lugar. ¿De que escapas Carlos?

Él se detuvo un momento y la miró como nunca, como que solo mirándola a los ojos podía conocer a alguien otra vez y de manera diferente.

- De mis errores, pero cada vez que tomo algo nuevo suelo volver a equivocarme. Es como si las cosas que hago no tuvieran sentido más allá del error.
- No es el error el que te persigue, eso no persigue a nadie, creo que no has afrontado el hecho que, por alguna razón, las cosas están destinadas al fracaso si no hay esfuerzo de por medio. Además no creo que habernos conocido en este rato haya sido un error para ti o para mi, de hecho fue todo un acierto, al menos tengo alguien donde vivo con quien conversar.
- ¿Y que hay de tus parientes?
- Eso es un cuento aparte. Realmente no quisiera hablar del tema, además, supongo que este es el lugar donde veníamos.
-Supones bien, aunque bastante.

Ambos se detuvieron en las vitrinas del local desde donde se veían las variedades de pan, uno que otro dulce y fruta. Después de comprar fueron a parar a una plaza cercana y se sentaron en unos vacíos juegos.
- ¿Sabes? Uno de los primeros recuerdos que tengo de niña es haberme caído de una de estas cosas mientras me balanceaba parada arriba. Lo simpático de todo fue que cuando caí la niña que jugaba a mi lado quiso ayudarme y recibió el golpe de vuelta del asiento. El resultado fue que ambas tuvimos un parche en la frente y nos reconocíamos en la calle, así que empezamos a ser amigas. Mi primera gran amistad comenzó como un accidente.
- A Juan lo conocí en un concierto que organizó la universidad. En esos tiempos para salir con una chica que le gustaba mucho la llevó y yo estaba detrás de ellos con unos amigos cuando ella sintió que una mano le había tocado el culo. Como estábamos todos apretados y yo era el que estaba detrás ella me culpó de todo. Fue allí cuando Carlos para hacerse el “macho alfa” o algo así, sin decir mucho, me dio un combo horrible. El asunto fue que ante eso un amigo se culpó de todo y dijo que fue por los empujones. Un par de días después me vio en la universidad con el ojo hinchado y fue a hablar conmigo. Ahora vivo con él, y aunque ya no me maltrata de esa forma siempre que nos emborrachamos sale el tema ese y termina pidiéndome disculpas.
- ¿Que pasó con la chica?
- No lo sé, supongo que no le gustan los chicos violentos.
- Pudo haber sido un buen partido para ti.
- Mejor que no. Carlos si tendría una razón para pegarme… ¿Qué pasó con tu amiga?

Antonia, por primera vez, titubeó, casi nerviosa.

- Eh… no la volví a ver después de que nos fuimos de ese lugar.

Cuando caminaron de vuelta al edificio notaron que las personas que vivían con Antonia estaban fuera subidos en un auto mirando con atención como ella caminaba de vuelta. Fue entonces que uno de ellos bajó y se le acercó para tomarle del brazo con la mano.

- ¿Desde cuando que sales sin avisar? Vamos, hay cosas por hacer.
- Tranquilo hombre (dijo Carlos), solo andabamos…
- No te preocupes, yo hablo con ellos (ella lo detuvo mientras movía su brazo tratando de zafarse de esa mano que la apretaba) Víctor, solo saqué a pasear a Micaela y aproveché de comprar algo para comer cuando me encontré con él, nuestro vecino del frente.
- No importa, solo sube al auto…
- Nos vemos en otro momento Carlos, recuerda eso del aseo del pasillo…

Carlos no entendía que estaba pasando. El titubeo, esas personas fuera esperándola, las mentiras que para él eran innecesarias. ¿Cuánto realmente sabía de ella y cuales eran las razones para tanto malestar? Para cuando subió a su departamento Sonia estaba en la mesa tomando café mientras la música estaba a cargo de Björk.

- ¿Dónde andabas a esta hora?
- Afuera, salí a… (No supo que decir). Yo creo que deberías irte luego, Juan está por llegar y no me gustaría que estuvieras acá porque suele llegar acompañado de amigos.
- Está bien, si solo esperaba que volvieras para despedirme.
Sonia se levantó de la mesa mientras Carlos paraba la música y buscaba algo diferente que poner. Entonces ella se le acercó y lo abrazó por la espalda, diciéndole unas palabras al oído. Él solo le tomó las manos, se dio media vuelta y la miró a los ojos. Fue allí cuando el no pudo dejar de decir lo que nunca antes había afrontado.

- Sonia, yo se que esto no tiene sentido. Si he tomado una decisión siento que no puedo dar vuelta atrás ni debo hacerlo, y lo que es peor, no lo quiero. Esto no es nada más que lo que pasó y lo que duró, así que mejor sal por esa puerta sin decir nada, no quiero discusiones, solo tratar de dormir solo y tranquilo.
- Aún no logro entenderte…

El retumbar de una puerta cerrada de golpe, con fuerza y con dolor fue el inicio de un silencio que puso a Carlos a dormir encima de su cama con una imagen en su mente de una cara desencajada, frustrada y de ojos lacrimosos. Era la cara de un final esperado pero demasiado violento.

miércoles, 2 de mayo de 2007

4. Reunión

- No puedo llegar al departamento hoy, parece que va a ser una noche larga así que espero que ese lugar de que me hablas sea lo suficientemente bueno.
- Relájate, he ido un par de veces antes y siempre me quedo hasta el final paseando por los ambientes, pero si no te acostumbras vemos que otra cosa podemos hacer, el resto de los chicos también pedirán ir por allí si no les gusta.
- Me quedaría tranquilo sabiendo que, salvo por ustedes, no me voy a encontrar con alguien que conozca.
- ¿De quien estás huyendo ahora?
- Nada de otro mundo… ¿Recuerdas la chica que me pidió que le sacara unas fotos personales, esa que encontramos el Viernes anterior? No se porqué pero no me da buena espina, es su actitud de femme fatale la que me atrajo y ahora me descoloca.
- Clásico en ti, huyendo de lo que quisiste hacer. En ese sentido eres un buen asesino, nunca vuelves a la escena del crimen o a mirar el cuerpo del delito.
- No se trata de eso Martín, pero mientras termine luego ese trabajo de las fotos mejor será.
- Que así sea. Ana, la que nos la presentó, me comentaba que después de la separación Melisa se ha vuelto una adicta a los antidepresivos y ha empeorado con que le hayan quitado la custodia de su hija. Sabes que entre tanto conflicto personal las mujeres como esas tratan de hacer cosas nuevas y arriesgadas, de todas formas ya no tienen mucho que perder.
- Pues debería dejar de tomar pastillas con estrella verde y probar estas plantas. ¿Vamos? Se nos está haciendo tarde.

Tomaron el auto de Martín y fueron en dirección a casa de José donde los esperaba el resto del grupo, entre ellos Julio. Pensaron que en vez de encerrarse entre amigos en un lugar que ya conocían lo mejor era buscar un nuevo lugar y nueva gente. Para cuando llegaron al primer destino un Julio irreconocible los recibió en la puerta, pues su pelo había desaparecido por completo y estaba más flaco que antes del viaje, algo que de todas formas no los impresionó con lo impulsivo y radical que él podía llegar a ser. El auto se llenó de personas con vidas demasiado particulares, cinco tipos que viviendo diferentes etapas de la vida terminaban por conjugar en la vieja amistad que cultivaron conociéndose entre bares. El último de ellos en unirse era Marcos, pareja de José, un tipo que a pesar de su poca convicción con salir en grupos terminaba por intentar hacerse parte en la vida que llevaban juntos, acompañándolo en ocasiones a salidas como esta. Nunca se habló de tolerancia entre el resto de los amigos, era una idea que siquiera le habrán dado una vuelta
Obviamente nadie quería tocar el tema de la muerte del padre de Julio, pero él mismo habló cuando bromeaban respecto a su calva en el auto.

- Fue raro esto de cortarse el pelo. Hace unos años atrás, antes de conocerlos, después de terminar con una novia también me rapé porque ella siempre experimentaba cortes diferentes conmigo, y por lo mismo, como para dar por finalizado algo mutuo lo hice. Durante ese tiempo mi viejo me comentaba lo mal que me veía, pero que igual me daba una imagen más seria, así que en cierta forma es hasta un tributo.
- En algo te entiendo (dijo Marcos), a mi me pasa lo mismo con los malos ratos en la casa. Cambio los muebles de lugar cada vez pasan esas cosas; el otro día tuve una discusión con José y al final fue él mismo el que me terminó por ayudar a ordenar.
- La diferencia es que tú tratas de esconder algo en un nuevo orden mientras Julio anda con la historia a cuestas sin cambiar los lugares (habló José). Creo que eso es una buena terapia cuando es algo más rutilante que una simple discusión.
- ¿Pero te sientes diferente ahora que te cortaste el pelo? (preguntó Marcos) Porque déjame decirte que llegaste más flaco del viaje, lo que te hace ver más viejo que de costumbre.
-No… en algún momento tenía que dejar de ser el eterno niño del grupo. Además los pelados tenemos más llegada con las mujeres.
- Esos son los que tienen canas, por lo tanto pelo (bromeó Juan). Siento que esta discusión no va por buen camino… Julio ¿Te molesta estar calvo?
-No…
- Problema solucionado. Marcos, ¿Te molesta andar cambiando los muebles cada vez peleas con José?
- Me molestan las peleas más que cambiar los muebles.
- Entonces creo que esto es un problema de relación de pareja escondida detrás de una idea diferente… Por eso mismo opté por mi largo exilio respecto estar con alguien, eso de pelear sin decirse, sinceramente prefiero que el café me mantenga despierto antes que pensar en otra persona. Y obviamente prefiero salir sin preocuparme de alguien que se demora más en vestirse que yo, el tiempo es oro en momentos como estos.
- Por eso la homosexualidad está tan en boga, parece hasta más práctico (acotó sonriendo Martín)
- Los heteros de hoy no entienden a pesar que estamos en la misma situación… Yo fui criado por mi mamá, mis tías, mis primas y mi hermana, de hecho nunca conocí a mi viejo, hasta que un día me pregunté si realmente lo que necesitaba era otra mujer en mi vida persiguiéndome y criándome. La pregunta no fue determinarme en una opción, si no más bien aceptarme en una orientación propia de la vida. Después de eso me sentí seguro de lo que tenía y lo que quiero (acotó José mientras prendía un cigarro).
- Aún así sigo creyendo que eres un heterosexual no asumido. Si yo no tengo pareja estable es porque no quiero volver a la crianza hasta que llegue a los treinta y tantos y sienta que se me va el tren. Después me casaré y me divorciaré unas tres o cuatro veces, como lo hace todo el mundo hoy en día. Cuando me aburra me pegaré un balazo y fin del tema.
- Si, pero que no se te olvide que tus hijos repartidos por el mundo pueden andar detrás de ti esperando, acechando cualquier movimiento en falso para calzarte con todo lo que les debes (habló Martín).
- Eso no me importa… me estoy gastando toda la plata apenas la tengo en las manos, no tengo nada que perder y nada que entregar salvo amor.
- Ni con el amor de Ghandi te vas a salvar de la pateadura si no andas con plata para pagar quien sabe que cosa que deban sus hijos… Cuando salía de vacaciones con mi viejo me hacía jugar a los detectives, cada vez que pasábamos por los lugares donde vivió no se sacaba los lentes de sol ni en las noches para que no lo reconocieran. Si incluso la última vacación que pasamos juntos tuvimos que salir corriendo en el auto sin pagar de una bencinera porque reconoció a una mujer, y te digo que a esa altura ya estábamos lo suficientemente viejos como para jugar a algo.

Para cuando llegaron la sorpresa fue que Martín decidió cambiar los bares por una sesión electrónica en un lugar más o menos alejado de la ciudad, con lugares al aire libre, otros en carpas y con mucha gente. El lugar tenía una onda especial y se podía elegir muy fácilmente donde se quería estar con solo ver a la gente y sus estados. Como era de esperarse Martín partió con Juan a comprar unos tragos para todos después de instalarse en una mesa en una de las carpas donde sonaban canciones de los años ochenta y se proyectaban sus videos.

- Es raro, pero siempre he sentido que los ochenta son una época conflictiva a nivel musical (comentaba Julio). O sea, las bandas que me han gustado siempre tienen toda una historia con esos años donde han hecho su mejor trabajo, pero siempre he discriminado esa época con este rollo del Glam, de los Soda Stereo cantando “mi novia tiene bíceps” y en general con mis tíos ochenteros. Pensar en esas chasquillas, esa ropa tan fea y tan colorida, en esa supuesta capacidad de hablar de la vida y la libertad cuando nunca antes habían estado tan presos de algo… no sé, si hubiese tenido conciencia en esos años me iba a Inglaterra a ver a los Smiths antes que se separaran.
- Lo que pasa es que lo primero que tienes que saber cuando tienes conciencia es que desde la guerra fría todo, pero todo, lo que tuviera que ver con identidad era comercio. La idea era comprar los discos, las poleras, copiar los peinados y en general plagiar descaradamente si tenías una banda. Tú escuchas a los Soda ochenteros y eran los Cure traducidos a los sudamericanos tíos oficinistas. Pasa lo mismo hoy en día, pero antes se notaba más porque las tendencias eran marcadas, si eras punk te tenías que vestir de punk, piratear los discos… era una cuestión de actitud que te hacía echar raíces respecto a una posición. Yo soy de esa época y lo único que quería era que los Clash tocaran alguna vez en Chile mientras los odiosos que escuchaban a G.I.T. los tenían cada dos días tocando. Por eso nos juntábamos con los amigos para armar una banda y tocar covers que nos gustaban, de hecho estuvimos tocando en un tributo a The Smiths incluyendo algunos temas propios. No nos presentaba la Raquel Argandoña “del pueblo” (sonreía Marcos mientras hacía las comillas con los dedos), de la galería, pero después de nosotros aparecía alguna chica desnuda haciendo performances sobre la libertad. ¿Me entiendes a que quiero llegar con todo esto?
- Creo que te sigo, pero creo que de todas formas estar lejos de los ochentas es plantearse en una identidad diferente.
- Claro, pero detrás de todo esto es que la identidad ha sido sostenidamente un negocio, si hasta el más contestatario tenía que comprarle los cassettes a algún pirata que los compraba por docena. El asunto detrás y que lo pongo como personal, es que la capacidad de crear antes que solo consumir lo que te entregan es el conflicto. Si eras capaz de odiar el sistema, a tu vecino que escuchaba Guns and Roses a todo volumen, a G.I.T., podrías ser capaz entonces de crear algo desde lo que te gusta. Cuando comienzas a crear puede que generes más dinero y sustentes lo que no te gusta, pero también eres un referente para otras personas y con eso tomas puesto de avanzada y gente que si te entiende y se entiende desde lo que tú dices. Cerati, Jorge Gonzales, Robert Smith, Joe Ramone, hasta el inentendible de Morrisey son ejemplos vivientes; marcaron una época y con ello también lo que hoy somos. Y déjame decirte que me siento muy bien de lo que soy hoy en día. Imagino que tus tíos ochenteros sabían todo esto pero nunca tocaron el tema, simplemente te escapabas de ellos cada vez que ponían a Sexual Democracia.
-Jajaja, de hecho así era…
- De todas formas (decía José) cuando me mostraste fotos de esos años te veías muy ridículo… las hombreras y el pelo así solo le vienen a Morrisey…

Como Martín manejaba en esa ocasión optó por el agua mineral, mientras el resto aceptó variedades de Vodka y uno que otro trago con nombre exótico. Al rato después el grupo se disolvió para conocer el lugar, Martín, Julio y Juan para fumar por allí a escondidas, mientras José y Marcos iban a la pista principal. Luego de un par de horas todos (salvo Martín) estaban lo suficientemente borrachos para acercarse a los grupos de mujeres que andaban por allí, aprovechar de intercambiar números de teléfono, hablar de uno que otro tema, fumar sin esconderse, besarse sin mucho pudor y dejar abierta la invitación a seguir todo esto a una chicas que llegaron como ellos a la casa de Julio. Pero en el fondo todas las ganas que tuvieran las chicas que invitaron (y las mismas que tuvieran ellas) quedarían para otra ocasión, pues en el fondo no olvidaron que esta era una reunión de amigos para estar entre ellos, para que Julio saliera por un rato del tema del aniversario y para volver a casa tarde para ver hasta donde duraba todo esto. Así, y cuando ya eran cerca de las seis de la mañana, cuando la barra ya había cerrado, el cansancio empezaba a pasar la cuenta a pesar del par de rayas de cocaína que habían aparecido durante las aventuras por los otros ambientes y la gente que no se quería mover, subieron al auto a la casa de Martín para acomodarse entre sillones, para esperar la mañana viendo una película, para fumar lo que dejó la fiesta y comer algo. Pero pararon un par de cuadras antes del departamento donde Carlos pasaba la noche con su ex novia a comprar cigarros y un par de jugos naturales. Como Marcos, José y Julio dormían, Juan quiso bajar para quitarse el sueño de encima. Mientras compraba y cuando se acercó a la caja se sintió observado por una chica que lo miraba de reojo, tomaba café y fumaba un cigarro escondida detrás de una revista.

- Hola… ¿Nos conocemos de algún lado? (preguntó él)
- Creo que te vi saliendo del departamento donde vive Carlos ¿Eres su compañero?
- Si, Me llamo Juan… ¿y tú eres?
- Antonia, la nueva vecina. Perdona si molestó el desorden en el pasillo.
- En realidad ni siquiera me preocupé… Tu acento es diferente ¿De donde eres?

Antes de responder ella miró por la ventana cuando los tipos con los que vivía la llamaban a subir a un auto luego de bajarse de otro.

- Lo siento, me tengo que ir… ojala podamos conversar más largo si nos vemos en el edificio.

Ella se subió al auto con los otros tipos y Juan pensó lo sospechosos que parecían los acompañantes de Antonia, como sacados de esas películas que veía con Carlos. Como fuese, lo que más le impresionó fueron esos ojos que lo observaban tan detenidamente y a la vez tan escondidos, mostrando cierta pena, esperando una respuesta. Cuando subió al auto Martín le preguntó quien era ella.

- Mi nueva vecina, Antonia. Dice que me vio saliendo del departamento. No puedo recordar si había alguien en el pasillo, pero si la hubiese mirado a los ojos cuando salía me habría acordado. Ya conoció a Carlos…
- Estábamos estacionados al lado del auto donde estaban sus acompañantes. Eran raros, metieron una bolsa negra al portaequipaje y creo que uno de ellos andaba con un arma en la chaqueta.
- También me parecieron extraños, pero asumo que también ella era diferente. Lo del arma es una tontería, pudo ser cualquier otra cosa… Vamos a tú casa, quiero comer algo.

martes, 10 de abril de 2007

Capitulo 3. Cuestión de actitud

Al llegar a la universidad Carlos sintió que algo diferente le estaba sucediendo, pues aquel encuentro que le hizo recordar a su antigua novia lo puso conciente de su estado de soledad y en las peleas que habían acarreado desde la separación. Al parecer ese constante problema de darle significado a los espacios desde la posición de un pasado que juega con la memoria le abría los ojos cada vez que recordaba sus fortuitos inconclusos, sus eternas automarginaciones y su sensación de vacío expresado en un aislamiento gracias a la música que traía puesta. Al caminar por el pasillo de oficinas en su facultad, justo antes de golpear la puerta que encerraba el trabajo de su proyecto, se detuvo a escuchar la conversación entre el profesor a cargo del proyecto de su tesis y su ex compañera que se desarrollaba dentro de la oficina:

- A veces creo que Carlos realmente está más interesado en terminar el proyecto de una buena vez sin mucho esfuerzo antes de realmente tomar en serio lo que está haciendo. De hecho, al no poder dejarlo a un lado el trabajo se hace más difícil ante su falta de participación.
- La voz de Sonia (pensó Carlos), quien una vez más como en nuestra relación critica mis actitudes creyéndose la medida de cómo deberían funcionar las cosas.

Golpeó la puerta de una buena vez y la voz masculina le pidió que entrara.

- Hola Carlos, no esperábamos que vinieras después de tu llamada. ¿Se solucionó el problema?
- No aún, a veces es intratable, pero por ahora está mejor, lo manejo (dijo él, pensando que el problema era utilizar la mentira como excusa).
- Me parece bien (dijo su profesor), aunque trata que tu ausentismo no aumente, nos queda poco tiempo para finalizar todo esto y lo que más necesitamos es participación constante e ideas frescas.

“Participación constante”, “ideas frescas”, palabras tan repetidas durante todo el año como esperables. Es como si Carlos anduviera buscando razones para que se las dijeran, para amarrarse a algo que lo mantuviera activo, después de todo era Juan y la universidad era la única razón para salir de su burbuja.

-Necesito que hablemos sobre algunos temas del trabajo, el profesor me decía antes que llegaras que debe salir por unos compromisos y ya está un poco apurado.
- Es cierto (mientras miraba su reloj), yo ahora me voy y la oficina debe quedar cerrada.

Fue entonces que Sonia y Carlos quedaron en un pasillo vacío decidiendo donde ir. Ella lanzó la idea de salir a tomar algo a un bar de por allí y hablar de los temas que estaban pendientes, y de seguro de una u otra anécdota que se jactaba de contar para marcar distancia entre su vida con él y lo que le pasaba estando sola. A Carlos, de no haber pasado lo del encuentro con su nueva vecina, no le abría dado importancia. Al rato estaban sentados en una mesa conversando. Avanzado el monologo femenino interminable y dado por las pocas opiniones de Carlos ella se detuvo a hacer lo que era la primera pregunta de la noche:

- ¿Qué te pasa? Es como si ya no tuvieras ganas de hacer mucho por lo que tu tesis. Te molesta algo, pero aún no puedo descifrar cual es tu problema.
- Ese es exactamente el problema, puedes llegar a saber todo respecto a las cosas que nos hacen estar juntos pero nada de lo que me pasa cuando estamos juntos. Llevo bastante tiempo hastiado de la monotonía que es verte desde esta posición tanto a ti como al resto.
- ¿Y cual es esa posición que tanto te molesta? ¿La de ya no estar conmigo? Porque para ser sincera te la haz buscado al no intentar hacer cambios o participar más en esas cosas que nos unen. Yo necesito libertad, tiempo y alguien que me siga el ritmo en las cosas que hago y lamentablemente nunca pudiste hacerlo. No se cuantas veces te he dicho lo mismo y aún no te lo naturalizas. Y respecto al resto, ese no existía cuando estaba contigo, pero ya estoy mezclada en ellos… asúmelo…
- Puede que tú te asumas en ese resto, pero cada vez que llegamos a este tema de conversación más afuera de ellos te pones. La verdad es que no me interesa caer en lo mismo, como te decía estoy hastiado de escuchar una y otra vez las mismas palabras… por un momento quisiera llegar a escuchar decir que también estoy fuera de ese resto para ti.
- Lo estás, por eso estoy preocupada por ti, pero lamentablemente me pone frente a una barrera que me producía esas ganas de salir de lo que teníamos. Si tan solo fueras capaz de repetir tu actitud tal como lo hiciste recién, de mostrarme lo que sientes y no seguir guardándote lo que pasa por tu cabeza cuando las cosas no andan bien…
- Pero aún así no podrías cambiar nada, solo hacérmelos olvidar por un rato hasta que otra vez me tope con los mismos discursos y palabras.
- Siento que pude haberte ayudado. No es lo que dicen los otros, porque lo que dicen son certezas a las que no se les puede obviar. ¿Sabes? Debo admitir que estar contigo también fue intentar ayudarte a comprender que no todo es tan lineal ni tan desechable. Si las cosas tienen formas de ser y una es capaz de entenderlas puedes llegar a pensar que la gente que está a tu alrededor se siente un segura de ti. Obviamente estabas tan cerca de mí que fuiste mi motivo para ver que tan lejos podía llegar en hacer las cosas mejor, y tu barrera impasable era un puzzle que nunca antes había visto y que me fascinó cuando te empecé a conocer de verdad. Puede que nunca haya cruzado esa barrera por completo, pero lo cierto es que alcancé a ver algo: fue a alguien que de verdad está esperando a otro con quién ser feliz.
- ¿Esperabas lograr algo con eso? Déjame decirte lo horrible que veo. Lo único que lograste fue caer en el círculo vicioso de que antes de sentir algo por mí intentabas satisfacer tu ego escudándote en esa meta de llegar detrás de esa barrera que no se formó por lo que tuvimos si no por lo que faltó por hacer y no pudiste hacer por concentrarse en traspasar mi problema a ti sin siquiera tratar de gritarme desde el otro lado animándome a salir de donde estoy. Mi problema es una soledad interior de no encontrar algo nuevo en lo que me rodea y replantearme lo que pasa para poder llegar hasta el punto donde vuelva a sentirme parte de algo. Vivir con Juan me muestra algo de todo eso que quiero, pero a la vez me aterra llegar a pensar que el desapego es la instancia más certera. Quisiera sentir que tú hiciste algo realmente por mi y no solo ver que te sentías más tu mientras yo me sentía cada vez menos yo.

Fue allí cuando el silencio, después de mucho rato y varios tragos, cayó sobre la mesa que compartían de manera tan lapidaria que solo quedaba espacio para los actos. Sonia se acercó a Carlos, cruzó sus dedos junto con los de él, lo besó en la frente y sus labios fueron cayendo hasta los de él. Así como sus lenguas juguetearon también los recuerdos de sus momentos se expresaron cuando se miraron a los ojos.
- Si bien lo del pasado no se puede cambiar, no olvides que las oportunidades pueden dar la opción de volver a intentar algo con el peso de lo que ya se sabe, el río que pasa trae nuevas aguas que hacen uno diferente al que ya estaba, aunque este mantenga su nombre. Si bien mi ego te incomoda, cuando lo ejercía era porque no sabía que más hacer… quisiera que por un momento que tú me dieras una idea, unas palabras nuevas más allá de lo que ya se ha dicho.
- No se lo que puedas hacer, pero lo claro es que quiero que las cosas cambien y es una pelea personal. Lo que necesito es irme y pensar en el ahora.
- Quiero ir contigo, podría cambiar tu soledad aunque sea por esta noche.

Partieron juntos de vuelta al departamento de Carlos sin decir una palabra, llevados por una pasión generada en medio del abandono total por parte de él y la necesidad de volver a encontrarse en el único momento que la satisfacía por completo, a sabiendas que, como siempre, estarían solo hasta la mañana. Un desorden total era el cuadro de bienvenida al hogar, pero antes de darse cuenta ya habían pasado al dormitorio que recibió a ambos igual a como ella lo había dejado hacía ya un par de meses. Sus manos solo se separaron para tocar el resto de sus cuerpos, al piel de ambos parecía solo una cuando ya estaban desnudos y besándose. No le importó para nada los resultados que podría traer todo esto y menos la cama desarmada.
Él se acostó al lado de ella mientras su mano izquierda recorría con las yemas de los dedos lentamente la espalda, y sus labios ya avanzaban hacia los huesos de sus hombros intentando morderlos de manera sinuosa. Ella se encontró con un cuello presa fácil de unos labios humedecidos y que necesitaban poner a prueba las sensaciones de calidez. Carlos se dejó llevar por una mano que se le acercó para recorrer los relieves del pecho de ella al compás de un movimiento que iba de arriba abajo y su lengua no demoró mucho en llegar a la misma zona. Los respiros violentos formaban una melodía que llamaba al olvido de cualquier pudor. Fue así que él la acostó con la espalda hacia arriba para acariciar y mojar los huesos que se podían sentir más afuera de lo normal y que parecían hacerse parte de ese juego en un dormitorio oscuro. Los dedos de Carlos bajaron por la espalda mientras su boca permanencia en la parte posterior del cuello, y cuando no pudo llegar más abajo que el fin de la espalda ella se dio media vuelta para quedar sentada delante de él y comenzar a besarse en la boca. Ese movimiento le significó a Sonia sentir como los dedos de Carlos eran la excusa para respirar aún más fuerte y más largo, para perder la visión y para querer tocar y bajar por un pecho masculino. Cuando ella ya estaba arriba de él las espaldas estaban siendo apretadas por manos sudorosas e inconcientes de su fuerza que se acompañaban de un golpeteo incesante y con sonido a húmedo. Cambiaron posiciones, se besaron, se recorrieron de tantas maneras como opciones daba la posición y para cuando ella terminaba él sudaba sosteniendo su cabeza sobre el pecho de ella y moviéndose más rápido. Entonces el proceso de la respiración larga y violenta ya se había convertidos en letras y monosílabos inentendibles fuera de esa pronunciación. Un grito de ambos era la bienvenida al tenderse de ambos en una cama mientras sus brazos estaban quietos amarrándose el uno con el otro. Carlos la miró a los ojos mientras ella le sonreía hasta que tras un último beso comenzó a dormir. Entonces él se levantó, prendió un cigarro y llamó a Juan para saber a que hora volvería. A pesar que no le pidió una hora en específico este último entendió el mensaje y quedó de volver después del mediodía.

miércoles, 28 de marzo de 2007

El encuentro

Capitulo 1 y 2 .

1. Esa mañana el cielo nublado en días de primavera invitaba a Carlos a quedarse acostado, olvidar por un par de horas las reuniones, las discusiones y el futuro incierto del campo laboral que estaba por llegar apenas defendiera su tesis. El fin de una época de la vida, esa de hablar utópicamente de proyectos de transformación social, de una radicalidad política posicionada en sus académicas investigaciones sobre identidad que terminaban perdiéndose entre fotocopias de libros que no iba a comprar. Decidió salir de su cama a hacer un par de llamadas pidiendo más tiempo para trabajar, aunque en realidad solo quería ver una vez más alguna de esas películas con las que gastaba largas tazas de café junto con su compañero de departamento, mientras hablaban de cómo los actores que solían ser sus ídolos entraban en decadencia por culpa de los malos guiones o sencillamente de su notoria vejez, la que denotaba que sus actuaciones ya no sorprendían. Al ir al baño miró hacia el otro dormitorio del departamento y se dio cuenta que su compañero no estaba; aún no llegaba de su ultima salida nocturna, esa que nació cuando una llamada interrumpió las últimas latas de cerveza que tomaban mientras intentaban encontrar en el cable alguna película clásica.
Cuando el hervidor eléctrico saltó, la mitad de su cigarro se consumía en el único cenicero del lugar. El café sin azúcar, el pan con margarina y el disco de Charly García que solía escuchar en mañanas como esa acompañaron las miradas hacia las murallas llenas de afiches que se peleaban el territorio de los recuerdos, aún cuando su mente estaba en los pocos días que faltaban para viajar a ver a sus padres, a la casa que lo despidió como un niño de pecho cuando tomó un par de maletas para irse a estudiar a otra ciudad. Cuando pensaba en esos 6 años que llevaba viviendo solo, en la oportunidad desperdiciada de empezar de cero, de rearmar su vida después de que terminara su última relación por culpa de su falta de sensibilidad del que tanto se le acusaba cuando le pedían su opinión, fue interrumpido por la llegada de su compañero de departamento. Como era de esperar Juan venía solo y con el peso de una larga noche en sus ojos, mientras en su mochila venía un DVD que logró conseguir de la colección de aquella mujer que interrumpió el eterno zapping de la noche anterior. Cuando sacó los audífonos del IPod de sus oídos se dio cuenta de la música en el ambiente y supo que era uno de esos días en los que su compañero andaba poco comunicativo pero muy perceptivo. Estrecharon sus manos sin decir una palabra, Juan fue a la cocina, se sirvió un café muy cargado y se sentó junto a su amigo.
Hablaron largo y tendido sobre salir ese día a pesar de que ambos estaban con demasiada carga académica, uno articulando ensayos que le había quitado muchas horas de sueño y el otro con el diseño de una maqueta que simulaba un proyecto de parque. Decidieron que la mejor opción era ver el DVD, liar un par de caños y pedir una pizza, tomarse el día libre por mucho que las pausas hacían más lentos sus trabajos.
Ambos eran tipos muy inteligentes, al menos, dentro de los campos que estudiaban mientras tenían una posición económica lo suficientemente cómoda como para contar con Internet, Cable, teléfono y un departamento bien equipado. Para Carlos era causa y efecto lo de la posición económica y las capacidades intelectuales aunque los fines de semana se dedicara a hacer clases gratuitas a niños y pensara que eso ayudaría un poco a cambiar la situación de los otros que no tenían lo que el, pero escondidamente lo que hacía era plantearse en una imaginaria relación paterna con algún niño de turno que necesitara la figura de un tipo que lo guiara desde las matemáticas más sencillas pasando por una pizca de sensaciones sobre el futuro. Como fuese, su posición le daba permiso para extenderse un poco más que el resto sobre el sillón de la retórica. Juan, por su lado, nunca se jactó de alguna posesión personal más allá de sus interminables citas desde la lista de películas y las aventuras nocturnas que solo comentaba con su compañero de departamento como un fetiche para empezar de cero cada mañana. En su tiempo libre trabajaba como fotógrafo semi profesional para revistas de poca circulación (y de poca vida en los kioscos).
La película trataba de un niño que quería ser bailarín de ballet faltando a sus clases de boxeo que su padre tanto le increpaba. Pobreza, problemas políticos y falta de figura materna adornaba la situación de aquella postal de Irlanda. Tanto para Carlos como para Juan la sensación que llenaba sus ojos era la de un doliente relato de sueños truncos y violencia porque ninguno de los dos estaba en la posición como para sentirse identificado. De hecho nunca tuvieron lugares comunes al momento de ver cine, salvo cuando se topaban con guiones de narrativa cambiante con muertes inesperadas y relaciones incompletas. Odiaban profundamente los relatos de amor, las películas sobre negros en África o los relatos humanos sobre hermandad. El efecto de la marihuana hacía aún más larga la espera por el fin de la película y la llegada de la pizza, que mezclado con el café daba a luz una extraña sensación cercana a la impaciencia y desconcentración. Fue allí cuando Carlos preguntó sobre la noche anterior:

- Dime que pasó anoche… ¿A quien viste que tu salida fue tan repentina?
- A nadie en especial, solo alguien a quien no veía hace tiempo y que estaba de pasada.
- Otra vez con lo mismo de salir sin avisar. A veces creo que eres una especie de vampiro…
- Y tú con tus comparaciones otra vez (interrumpe con apuro), si fuera por comparar a estas alturas tu estas hecho una especie de ermitaño.
- Lo mío es diferente, yo organizo todo lo que hago para sacarle provecho al tiempo, si después de todo es algo que he aprendido con los años.
- Yo he aprendido a vivir así como me ves. Creo que soy lo suficientemente pasional como para ponerme una barrera por las horas o las comparaciones que me haces. Hazme un favor y no juegues a ser el padre de turno, mira que para eso ya me fui de la casa.

Eso último era cierto, puesto que Juan no veía hace ya unos cinco meses a su familia, aún cuando las horas de viaje no fueran tantas. Para el era terrible volver al ambiente familiar que no le pertenecía, se sentía incomodo siendo visita en su propia casa, en dormir en una cama que no era la suya o en que cada noche tuviera que aguantarlas a punta de cigarros sin alguna compañía diferente a los habitantes de ese lugar. Le descolocaba reencontrarse con sus vecinos que no recordaban la carrera que estudiaba y que se veían en posición de hablar sobre él, sobre su futuro y (lo que más le molestaba) sobre su pasado. Para él ya era una cuenta saldada lo que había sucedido los años anteriores a su vida universitaria en aquel barrio que se congeló en el tiempo de sus habitantes y en su memoria, y aunque no fuera un trauma su niñez estaba más preocupado de su estilo de vida y en menor medida de sus proyectos. Se sentía raro de ver a los que en algún momento fueron sus amigos de infancia hoy convertidos en padres, asalariados, con el proyecto de vida materialmente expresado en autos de segunda mano y ampliaciones traseras en las casas de sus padres, esos que al momento del encuentro le invitaban unas cervezas gratis acompañadas con frases como “cuando saques la carrera tú las pagas”.
Cuando la figura paterna doméstica interrumpida y descascarada por la certeza de lo que no se quiere yacía en el suelo la pizza ya había llegado y la película ya no enganchaba, por lo que decidieron retomar el tema de programar una salida juntos a propósito de las comparaciones.

- ¿Sabes? Tengo ganas de salir a la playa a comer algo más que esta comida chatarra, (dijo Carlos), hecho de menos los mariscos.
- Me da igual, es la misma chatarra con otros ingredientes. No me opongo a salir, pero ¿Estas seguro de ir a la playa? ¿Tú, el que se broncea con el reflejo de luz de los libros?
- O sea, finalmente estoy dando una idea… ¿O acaso tienes otra mejor?
- En realidad no… Mira, lo vemos después, quiero tomar una ducha y dormir un poco, en la tarde tengo que entregar unas fotos.
- Esta bien, pero que no se te olvide, últimamente hasta me he tenido que preocupar de sacar tu ropa sucia.
- Si lo había notado… como no puedes ser mi viejo ahora quieres ser mi mamá. Sigue intentando algún otro rol y te contrato una enfermera como a mi abuelo.
- Ja… Al menos el viejo tiene a alguien estable hasta para ir al baño. Esa es una herencia que te haz preocupado de perder.
- No hables más… si hasta mi abuelo tiene más vida social que tú…

Esa última frase realmente le dolió a Carlos. Era su gran punto débil en comparación con Juan y que este le increpaba cada vez que podía para ver si cambiaban un poco las cosas. Era como si le penara que su circulo de amigos fuera el mismo que la de su compañero y, peor aún, conocidos gracias al propio Juan al invitarlos al departamento. Cada uno de ellos eran personajes demasiado particulares, casi seleccionados para narrar una historia donde el único hilo conductor era el propio Juan. Carlos le dio un último mordisco a su pizza, ordenó algunas cosas en su mochila, se cambió al uniforme universitario (su ropa de siempre) y salió por la puerta sin recoger las cuentas y las revistas a las que estaban suscritos.

2. El pasillo del tercer piso del edificio ponía en evidencia la llegada de un nuevo vecino, a un par de departamentos frente al de Carlos. Muebles amontonados a los costados mientras un par de personas entraban lentamente un gran sillón de cuero negro dieron a Carlos pie a al menos detenerse un momento a mirar quienes eran los nuevos, pero también a husmear de reojo una caja abierta. Este se arrodilló a ver una cámara fotográfica antigua mientras una mujer de pelo muy oscuro y liso le interrumpió:

- Si me ayudas a entrar esa caja te la puedo prestar, después de todo ya la he usado lo suficiente como para que alguien más lo haga.
- No te preocupes, no es mi hobbie, además ya tengo una.
- Supongo que vives en este piso. Hola (acercando su mano), Antonia, mucho gusto…
- Carlos… Déjame ayudar con esto…

Mientras entraba al departamento dos tipos pasaron muy rápido por su lado sin siquiera saludarlo y pidiendo a Antonia que apurara su trabajo. Sus vestimentas largas y con pocos colores le hicieron recordar a Carlos esas películas gansteriles y sus voces fuertes y con un extraño acento lo hacían sentir casi como un personaje raro, de esos que eran asesinados a mitad de aquellas películas y que no tenían más relevancia que una muerte en los guiones. Julia le indicó un lugar donde dejar la caja y él preguntó sobre la relación con ellos.

- Son familiares cercanos. El más viejo es un tío y el otro es mi hermano; nos cambiamos de ciudad por el trabajo de ambos y yo aproveché de unirme al viaje porque creo que un aire nuevo me hará bien.
- Partir de cero siempre hace bien, aunque en el fondo yo no quisiera volver a hacerlo. Después de un tiempo lo único que quieres es encontrar un lugar donde quedarte y no moverte. Ojala que para ti este sea el lugar.
- Pienso más que este cambio es parte de un proceso que de un partir de cero, pero gracias por el dato, lo tendré en cuenta en mis citas citables (sonríe). Ahora tengo que seguir entrando cajas, lo complicado será ordenar todo esto y veo que tú ibas de salida…
- Si, mira, de todas formas vivo con un amigo que te podría ayudar en caso de que lo necesites.
- Vale, lo tendré en cuenta tanto como tu ayuda…
- Ok, nos veremos luego… bienvenida…
(Cuando el dio un paso fuera del departamento, Antonia le habló sonriendo)
- ¡Espera, no te lleves a Micaela!
- ¿Qué? ¿Dónde?
- Jugando con tus cordones, mira…

Al salir, Carlos sintió de ella una hospitalidad que no congeniaba con la actitud de sus compañeros de departamento, como una mujer de aquellas que suelen ser el foco de atención de un lugar sin predisponérselo, de esas que le hacían recordar a su antigua pareja, una chica libre y concreta que llenaba de humanidad y certezas las palabras ambiguas de quien tuviera al lado. Como fuese hoy la vería y aunque no tuvieran muchas ganas de encontrarse tenían un proyecto en marcha que estaba desde antes de su quiebre. Bajó las escaleras mientras prendía su Discman y partió a la Universidad a informarse de los avances y de lo que restaba por hacer; afuera, los compañeros de departamento de Julia hablaban con un tipo en un auto delante de un camión de mudanzas a medio llenar.
Una de las cualidades de partir de cero (pensaba Carlos) era lo de la historia que quieres contar y lo que prefieres callar, no por autocensura, más bien porque la oportunidad de no conocer a la gente que vive junto contigo que espera encontrar a alguien que les sirva y que, obviamente, ellos le puedan servir al nuevo. Cuando uno crea relaciones nuevas desde cero, cuando la unión nace del azar de encontrarse inesperadamente hace que los lugares comunes de conversación se vuelvan tan inexactos que es volver a construirlos dándoles tintes personales y con una visión diferente a la de antes. Por eso mismo la vida social de Carlos no era muy amplia, puesto que vivía rodeado de discursos, de anécdotas y referencias que ya había escuchado antes y a los cuales ya sabía manejar con otras frases que eran otros lugares comunes y con ello todo el mundo creía que eran parte de una sinceridad generalizada, aún cuando esa sensación del todo bien no era más que una cínica postura del “esto ya lo habíamos conversado”. Ese conflicto era el que Juan opacaba con su estilo de vida y su eterno devenir, con su constante inconstancia y su lógica cuyo sentido tenía solo forma en su estilo de vida. Sin lugar a duda era un referente tan inhóspito como adictivo.
En el departamento Juan no pudo dormir; algo le incomodaba respecto a su última salida nocturna, más que mantenerlo en vilo por un problema era como si la constante de vivir en horarios diferentes y sin mucho orden lo hiciera mirar en perspectiva lo que pasaría en el futuro, ese que no quería tenerlo aún pero que estaba latente cada vez que sus novias pasajeras ponían en la palestra. Uno de los vicios que se le repetían eran las mujeres que hablaban de su pasado como una etapa penosa y a la vez comparativa de lo que no tenían que hacer, a lo que él no le gustaba refrendar con su visión de cómo había que entender las lógicas de lo hecho, porque no creía en los errores del pasado, los olvidaba tan rápido que siquiera les daba mucha importancia. De pronto una llamada a su celular lo interrumpió:

- ¿Juan? Hola, habla Martín, ¿Qué tienes que hacer estos días?
- No mucho, depende lo que necesites…
- Lo que pasa es que vuelve Julio de su viaje y queríamos organizar algo entre los amigos para la bienvenida, así que pensamos en tu departamento y sobretodo en que me ha comentado que está un poco triste
- ¿Qué le pasó?
- Nada muy grave, estos días se cumple el primer año de la muerte de su viejo y tú sabes que se pone melancólico con eso de las fechas.
- En ese caso no hay problema, lo importante es buscar un día en que estemos todos, incluyéndome.
- Bueno, te llamo cuando Julio llegue y vemos que hacemos.

Se levantó de la cama, tomó una ducha que se debía desde hace un par de días y decidió que era momento de ponerle más atención a las fotos que debía entregar, esas cuya modelo era también la dueña de la película que no terminó de ver esa mañana. Por la pantalla de su computador pasaba la vanidad de una figura que aún creía en el arte como expresión de belleza, que creía que un cuerpo desnudo y sus falencias hacían ver el alma a través de las líneas de la espalda y que un primer plano a sus densos ojos café podían verse mejor si la imagen se trasladaba al blanco y al negro. A medida que veía pasar ese cuerpo también recordaba lo que quedó fuera del lente, la seducción atrás de la cámara con palabras que llamaban a una actitud misteriosa o invitante, el sudor de dos cuerpos que se recorrían sin usar las manos, de las uñas que dibujaron en un rojizo claro un par de figuras sin sentido en la espalda de Juan y el sonido húmedo de dos cinturas que chocaban al ritmo de un jadeo femenino. El lente de la cámara tampoco captó el buscar de la ropa de hombre tirada por todo el dormitorio ni esa salida silenciosa al amanecer de su prófugo amante y menos el espacio vacío en una cama que una mujer ahora desnuda y dormida abrió esperando que la compañía durara un poco más de lo que creía.
Para cuando había terminado ya con las fotos Juan sintió que ya podía dormir, pero antes debía llamarla para saber si era muy necesario entregárselas esa misma tarde, así que tomó el teléfono:

- Hola, ¿Cómo va? Habla Juan, quería saber si necesitas las fotos de ayer.
- Ahora estoy un poco ocupada, pero te llamaré más tarde para pasarlas a buscar a tu casa ¿Te parece bien?
- No se si estaré, lo más probable es que ya haya salido.
- En ese caso dejémoslo para otro día, si es que no te importa.
- No, en lo absoluto.

Juan creía que en realidad no le importaba en demasía. Más allá de lo que haya pasado el trabajo ya estaba listo para entregarse y eso le daba la opción de trabajar en la maqueta del parque para luego seguir ejerciendo su vida social durante la noche que venía.