miércoles, 28 de marzo de 2007

El encuentro

Capitulo 1 y 2 .

1. Esa mañana el cielo nublado en días de primavera invitaba a Carlos a quedarse acostado, olvidar por un par de horas las reuniones, las discusiones y el futuro incierto del campo laboral que estaba por llegar apenas defendiera su tesis. El fin de una época de la vida, esa de hablar utópicamente de proyectos de transformación social, de una radicalidad política posicionada en sus académicas investigaciones sobre identidad que terminaban perdiéndose entre fotocopias de libros que no iba a comprar. Decidió salir de su cama a hacer un par de llamadas pidiendo más tiempo para trabajar, aunque en realidad solo quería ver una vez más alguna de esas películas con las que gastaba largas tazas de café junto con su compañero de departamento, mientras hablaban de cómo los actores que solían ser sus ídolos entraban en decadencia por culpa de los malos guiones o sencillamente de su notoria vejez, la que denotaba que sus actuaciones ya no sorprendían. Al ir al baño miró hacia el otro dormitorio del departamento y se dio cuenta que su compañero no estaba; aún no llegaba de su ultima salida nocturna, esa que nació cuando una llamada interrumpió las últimas latas de cerveza que tomaban mientras intentaban encontrar en el cable alguna película clásica.
Cuando el hervidor eléctrico saltó, la mitad de su cigarro se consumía en el único cenicero del lugar. El café sin azúcar, el pan con margarina y el disco de Charly García que solía escuchar en mañanas como esa acompañaron las miradas hacia las murallas llenas de afiches que se peleaban el territorio de los recuerdos, aún cuando su mente estaba en los pocos días que faltaban para viajar a ver a sus padres, a la casa que lo despidió como un niño de pecho cuando tomó un par de maletas para irse a estudiar a otra ciudad. Cuando pensaba en esos 6 años que llevaba viviendo solo, en la oportunidad desperdiciada de empezar de cero, de rearmar su vida después de que terminara su última relación por culpa de su falta de sensibilidad del que tanto se le acusaba cuando le pedían su opinión, fue interrumpido por la llegada de su compañero de departamento. Como era de esperar Juan venía solo y con el peso de una larga noche en sus ojos, mientras en su mochila venía un DVD que logró conseguir de la colección de aquella mujer que interrumpió el eterno zapping de la noche anterior. Cuando sacó los audífonos del IPod de sus oídos se dio cuenta de la música en el ambiente y supo que era uno de esos días en los que su compañero andaba poco comunicativo pero muy perceptivo. Estrecharon sus manos sin decir una palabra, Juan fue a la cocina, se sirvió un café muy cargado y se sentó junto a su amigo.
Hablaron largo y tendido sobre salir ese día a pesar de que ambos estaban con demasiada carga académica, uno articulando ensayos que le había quitado muchas horas de sueño y el otro con el diseño de una maqueta que simulaba un proyecto de parque. Decidieron que la mejor opción era ver el DVD, liar un par de caños y pedir una pizza, tomarse el día libre por mucho que las pausas hacían más lentos sus trabajos.
Ambos eran tipos muy inteligentes, al menos, dentro de los campos que estudiaban mientras tenían una posición económica lo suficientemente cómoda como para contar con Internet, Cable, teléfono y un departamento bien equipado. Para Carlos era causa y efecto lo de la posición económica y las capacidades intelectuales aunque los fines de semana se dedicara a hacer clases gratuitas a niños y pensara que eso ayudaría un poco a cambiar la situación de los otros que no tenían lo que el, pero escondidamente lo que hacía era plantearse en una imaginaria relación paterna con algún niño de turno que necesitara la figura de un tipo que lo guiara desde las matemáticas más sencillas pasando por una pizca de sensaciones sobre el futuro. Como fuese, su posición le daba permiso para extenderse un poco más que el resto sobre el sillón de la retórica. Juan, por su lado, nunca se jactó de alguna posesión personal más allá de sus interminables citas desde la lista de películas y las aventuras nocturnas que solo comentaba con su compañero de departamento como un fetiche para empezar de cero cada mañana. En su tiempo libre trabajaba como fotógrafo semi profesional para revistas de poca circulación (y de poca vida en los kioscos).
La película trataba de un niño que quería ser bailarín de ballet faltando a sus clases de boxeo que su padre tanto le increpaba. Pobreza, problemas políticos y falta de figura materna adornaba la situación de aquella postal de Irlanda. Tanto para Carlos como para Juan la sensación que llenaba sus ojos era la de un doliente relato de sueños truncos y violencia porque ninguno de los dos estaba en la posición como para sentirse identificado. De hecho nunca tuvieron lugares comunes al momento de ver cine, salvo cuando se topaban con guiones de narrativa cambiante con muertes inesperadas y relaciones incompletas. Odiaban profundamente los relatos de amor, las películas sobre negros en África o los relatos humanos sobre hermandad. El efecto de la marihuana hacía aún más larga la espera por el fin de la película y la llegada de la pizza, que mezclado con el café daba a luz una extraña sensación cercana a la impaciencia y desconcentración. Fue allí cuando Carlos preguntó sobre la noche anterior:

- Dime que pasó anoche… ¿A quien viste que tu salida fue tan repentina?
- A nadie en especial, solo alguien a quien no veía hace tiempo y que estaba de pasada.
- Otra vez con lo mismo de salir sin avisar. A veces creo que eres una especie de vampiro…
- Y tú con tus comparaciones otra vez (interrumpe con apuro), si fuera por comparar a estas alturas tu estas hecho una especie de ermitaño.
- Lo mío es diferente, yo organizo todo lo que hago para sacarle provecho al tiempo, si después de todo es algo que he aprendido con los años.
- Yo he aprendido a vivir así como me ves. Creo que soy lo suficientemente pasional como para ponerme una barrera por las horas o las comparaciones que me haces. Hazme un favor y no juegues a ser el padre de turno, mira que para eso ya me fui de la casa.

Eso último era cierto, puesto que Juan no veía hace ya unos cinco meses a su familia, aún cuando las horas de viaje no fueran tantas. Para el era terrible volver al ambiente familiar que no le pertenecía, se sentía incomodo siendo visita en su propia casa, en dormir en una cama que no era la suya o en que cada noche tuviera que aguantarlas a punta de cigarros sin alguna compañía diferente a los habitantes de ese lugar. Le descolocaba reencontrarse con sus vecinos que no recordaban la carrera que estudiaba y que se veían en posición de hablar sobre él, sobre su futuro y (lo que más le molestaba) sobre su pasado. Para él ya era una cuenta saldada lo que había sucedido los años anteriores a su vida universitaria en aquel barrio que se congeló en el tiempo de sus habitantes y en su memoria, y aunque no fuera un trauma su niñez estaba más preocupado de su estilo de vida y en menor medida de sus proyectos. Se sentía raro de ver a los que en algún momento fueron sus amigos de infancia hoy convertidos en padres, asalariados, con el proyecto de vida materialmente expresado en autos de segunda mano y ampliaciones traseras en las casas de sus padres, esos que al momento del encuentro le invitaban unas cervezas gratis acompañadas con frases como “cuando saques la carrera tú las pagas”.
Cuando la figura paterna doméstica interrumpida y descascarada por la certeza de lo que no se quiere yacía en el suelo la pizza ya había llegado y la película ya no enganchaba, por lo que decidieron retomar el tema de programar una salida juntos a propósito de las comparaciones.

- ¿Sabes? Tengo ganas de salir a la playa a comer algo más que esta comida chatarra, (dijo Carlos), hecho de menos los mariscos.
- Me da igual, es la misma chatarra con otros ingredientes. No me opongo a salir, pero ¿Estas seguro de ir a la playa? ¿Tú, el que se broncea con el reflejo de luz de los libros?
- O sea, finalmente estoy dando una idea… ¿O acaso tienes otra mejor?
- En realidad no… Mira, lo vemos después, quiero tomar una ducha y dormir un poco, en la tarde tengo que entregar unas fotos.
- Esta bien, pero que no se te olvide, últimamente hasta me he tenido que preocupar de sacar tu ropa sucia.
- Si lo había notado… como no puedes ser mi viejo ahora quieres ser mi mamá. Sigue intentando algún otro rol y te contrato una enfermera como a mi abuelo.
- Ja… Al menos el viejo tiene a alguien estable hasta para ir al baño. Esa es una herencia que te haz preocupado de perder.
- No hables más… si hasta mi abuelo tiene más vida social que tú…

Esa última frase realmente le dolió a Carlos. Era su gran punto débil en comparación con Juan y que este le increpaba cada vez que podía para ver si cambiaban un poco las cosas. Era como si le penara que su circulo de amigos fuera el mismo que la de su compañero y, peor aún, conocidos gracias al propio Juan al invitarlos al departamento. Cada uno de ellos eran personajes demasiado particulares, casi seleccionados para narrar una historia donde el único hilo conductor era el propio Juan. Carlos le dio un último mordisco a su pizza, ordenó algunas cosas en su mochila, se cambió al uniforme universitario (su ropa de siempre) y salió por la puerta sin recoger las cuentas y las revistas a las que estaban suscritos.

2. El pasillo del tercer piso del edificio ponía en evidencia la llegada de un nuevo vecino, a un par de departamentos frente al de Carlos. Muebles amontonados a los costados mientras un par de personas entraban lentamente un gran sillón de cuero negro dieron a Carlos pie a al menos detenerse un momento a mirar quienes eran los nuevos, pero también a husmear de reojo una caja abierta. Este se arrodilló a ver una cámara fotográfica antigua mientras una mujer de pelo muy oscuro y liso le interrumpió:

- Si me ayudas a entrar esa caja te la puedo prestar, después de todo ya la he usado lo suficiente como para que alguien más lo haga.
- No te preocupes, no es mi hobbie, además ya tengo una.
- Supongo que vives en este piso. Hola (acercando su mano), Antonia, mucho gusto…
- Carlos… Déjame ayudar con esto…

Mientras entraba al departamento dos tipos pasaron muy rápido por su lado sin siquiera saludarlo y pidiendo a Antonia que apurara su trabajo. Sus vestimentas largas y con pocos colores le hicieron recordar a Carlos esas películas gansteriles y sus voces fuertes y con un extraño acento lo hacían sentir casi como un personaje raro, de esos que eran asesinados a mitad de aquellas películas y que no tenían más relevancia que una muerte en los guiones. Julia le indicó un lugar donde dejar la caja y él preguntó sobre la relación con ellos.

- Son familiares cercanos. El más viejo es un tío y el otro es mi hermano; nos cambiamos de ciudad por el trabajo de ambos y yo aproveché de unirme al viaje porque creo que un aire nuevo me hará bien.
- Partir de cero siempre hace bien, aunque en el fondo yo no quisiera volver a hacerlo. Después de un tiempo lo único que quieres es encontrar un lugar donde quedarte y no moverte. Ojala que para ti este sea el lugar.
- Pienso más que este cambio es parte de un proceso que de un partir de cero, pero gracias por el dato, lo tendré en cuenta en mis citas citables (sonríe). Ahora tengo que seguir entrando cajas, lo complicado será ordenar todo esto y veo que tú ibas de salida…
- Si, mira, de todas formas vivo con un amigo que te podría ayudar en caso de que lo necesites.
- Vale, lo tendré en cuenta tanto como tu ayuda…
- Ok, nos veremos luego… bienvenida…
(Cuando el dio un paso fuera del departamento, Antonia le habló sonriendo)
- ¡Espera, no te lleves a Micaela!
- ¿Qué? ¿Dónde?
- Jugando con tus cordones, mira…

Al salir, Carlos sintió de ella una hospitalidad que no congeniaba con la actitud de sus compañeros de departamento, como una mujer de aquellas que suelen ser el foco de atención de un lugar sin predisponérselo, de esas que le hacían recordar a su antigua pareja, una chica libre y concreta que llenaba de humanidad y certezas las palabras ambiguas de quien tuviera al lado. Como fuese hoy la vería y aunque no tuvieran muchas ganas de encontrarse tenían un proyecto en marcha que estaba desde antes de su quiebre. Bajó las escaleras mientras prendía su Discman y partió a la Universidad a informarse de los avances y de lo que restaba por hacer; afuera, los compañeros de departamento de Julia hablaban con un tipo en un auto delante de un camión de mudanzas a medio llenar.
Una de las cualidades de partir de cero (pensaba Carlos) era lo de la historia que quieres contar y lo que prefieres callar, no por autocensura, más bien porque la oportunidad de no conocer a la gente que vive junto contigo que espera encontrar a alguien que les sirva y que, obviamente, ellos le puedan servir al nuevo. Cuando uno crea relaciones nuevas desde cero, cuando la unión nace del azar de encontrarse inesperadamente hace que los lugares comunes de conversación se vuelvan tan inexactos que es volver a construirlos dándoles tintes personales y con una visión diferente a la de antes. Por eso mismo la vida social de Carlos no era muy amplia, puesto que vivía rodeado de discursos, de anécdotas y referencias que ya había escuchado antes y a los cuales ya sabía manejar con otras frases que eran otros lugares comunes y con ello todo el mundo creía que eran parte de una sinceridad generalizada, aún cuando esa sensación del todo bien no era más que una cínica postura del “esto ya lo habíamos conversado”. Ese conflicto era el que Juan opacaba con su estilo de vida y su eterno devenir, con su constante inconstancia y su lógica cuyo sentido tenía solo forma en su estilo de vida. Sin lugar a duda era un referente tan inhóspito como adictivo.
En el departamento Juan no pudo dormir; algo le incomodaba respecto a su última salida nocturna, más que mantenerlo en vilo por un problema era como si la constante de vivir en horarios diferentes y sin mucho orden lo hiciera mirar en perspectiva lo que pasaría en el futuro, ese que no quería tenerlo aún pero que estaba latente cada vez que sus novias pasajeras ponían en la palestra. Uno de los vicios que se le repetían eran las mujeres que hablaban de su pasado como una etapa penosa y a la vez comparativa de lo que no tenían que hacer, a lo que él no le gustaba refrendar con su visión de cómo había que entender las lógicas de lo hecho, porque no creía en los errores del pasado, los olvidaba tan rápido que siquiera les daba mucha importancia. De pronto una llamada a su celular lo interrumpió:

- ¿Juan? Hola, habla Martín, ¿Qué tienes que hacer estos días?
- No mucho, depende lo que necesites…
- Lo que pasa es que vuelve Julio de su viaje y queríamos organizar algo entre los amigos para la bienvenida, así que pensamos en tu departamento y sobretodo en que me ha comentado que está un poco triste
- ¿Qué le pasó?
- Nada muy grave, estos días se cumple el primer año de la muerte de su viejo y tú sabes que se pone melancólico con eso de las fechas.
- En ese caso no hay problema, lo importante es buscar un día en que estemos todos, incluyéndome.
- Bueno, te llamo cuando Julio llegue y vemos que hacemos.

Se levantó de la cama, tomó una ducha que se debía desde hace un par de días y decidió que era momento de ponerle más atención a las fotos que debía entregar, esas cuya modelo era también la dueña de la película que no terminó de ver esa mañana. Por la pantalla de su computador pasaba la vanidad de una figura que aún creía en el arte como expresión de belleza, que creía que un cuerpo desnudo y sus falencias hacían ver el alma a través de las líneas de la espalda y que un primer plano a sus densos ojos café podían verse mejor si la imagen se trasladaba al blanco y al negro. A medida que veía pasar ese cuerpo también recordaba lo que quedó fuera del lente, la seducción atrás de la cámara con palabras que llamaban a una actitud misteriosa o invitante, el sudor de dos cuerpos que se recorrían sin usar las manos, de las uñas que dibujaron en un rojizo claro un par de figuras sin sentido en la espalda de Juan y el sonido húmedo de dos cinturas que chocaban al ritmo de un jadeo femenino. El lente de la cámara tampoco captó el buscar de la ropa de hombre tirada por todo el dormitorio ni esa salida silenciosa al amanecer de su prófugo amante y menos el espacio vacío en una cama que una mujer ahora desnuda y dormida abrió esperando que la compañía durara un poco más de lo que creía.
Para cuando había terminado ya con las fotos Juan sintió que ya podía dormir, pero antes debía llamarla para saber si era muy necesario entregárselas esa misma tarde, así que tomó el teléfono:

- Hola, ¿Cómo va? Habla Juan, quería saber si necesitas las fotos de ayer.
- Ahora estoy un poco ocupada, pero te llamaré más tarde para pasarlas a buscar a tu casa ¿Te parece bien?
- No se si estaré, lo más probable es que ya haya salido.
- En ese caso dejémoslo para otro día, si es que no te importa.
- No, en lo absoluto.

Juan creía que en realidad no le importaba en demasía. Más allá de lo que haya pasado el trabajo ya estaba listo para entregarse y eso le daba la opción de trabajar en la maqueta del parque para luego seguir ejerciendo su vida social durante la noche que venía.